En un artículo aparecido el viernes (14 de octubre de 2011) en la revista Science, Peter S. Ungar y Matt Sponheimer ofrecen una interesante síntesis sobre las últimas investigaciones dedicadas a establecer la alimentación de los primeros homininos. La foto es del SK-48 (Paranthropus robustus).
Tradicionalmente, el tipo de alimentación de las especies fósiles de nuestro linaje se deducía a partir del análisis funcional de su anatomía cráneofacial y de la morfología dental. Así, a los primeros homininos, representados por el género Ardipithecus, se les presumía una alimentación parecida la de los actuales chimpancés, basada en el consumo de productos vegetales tiernos, como la fruta, abundantes en el bosque tropical. En los primeros representantes del género Australopithecus (Au. anamensis y Au. afarensis) se produce un aumento relativo del tamaño de molares y premolares, que se conoce como megadoncia. Además, las mandíbulas son más grandes y robustas, la base del cráneo más ancha y los pómulos más altos. Todas estas modificaciones se han interpretado como adaptaciones a una masticación más intensa para el consumo de productos vegetales coriáceos. En la línea de los parántropos, estas adaptaciones se acentúan en Paranthropus robustus y alcanzan el máximo en Paranthropus boisei, por lo que a estas especies se les atribuía una alimentación basada en productos vegetales muy duros, del tipo de nueces, cortezas y raíces.
Por su parte, los primeros representantes del género Homo presentan un esqueleto facial más grácil y unos molares y premolares más pequeños que los de los australopitecos, lo que se interpretaba como el resultado del empleo de herramientas para procesar el alimento y el aumento en el consumo de carne.
En los últimos años, se han desarrollado dos nuevas técnicas para estudiar la dieta de las especies pretéritas: el análisis de las microestrías de desgaste de la superficie oclusal de molares y premolares y la proporción entre los isótopos estables del carbono en el esmalte dental. De manera general, las dietas basadas en productos muy duros producen un patrón complejo de desgaste, salpicado de pequeñas muescas, y sin una dirección preferente en las estrías de desgaste. Por su parte, la masticación de los alimentos consistentes y fibrosos ocasiona patrones de desgaste dental menos complejos, dominados por la presencia de largas estrías alineadas en una dirección preferente.
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