Los boxeadores suelen tener nombres sonoros para identificarlos, los que
tengan una cierta edad recordarán al Tigre de Cestona, el famoso
Urtain. No es un boxeador, pero en Zaragoza tenemos al Tiburón del
Huerva. Vamos a conocer un poco de él. Para los que no conozcan nuestra
ciudad. Se encuentra en el interior de España, alejada cientos de
kilómetros del mar, pero unida a él por el río Ebro. En sus aguas suele
haber los típicos peces de río, pero no tiburones. Hace casi cien años
se encontró un pequeño ejemplar de tiburón gato que forma parte de la
colección Navás y que próximamente se expondrá en el Museo de Ciencias
Naturales de la Universidad de Zaragoza. Si alguien sabe de esta
historia es Juan Jose Bastero, padre Jesuita experto en la historia de
Longinos Navás. Os dejamos un delicioso escrito suyo con toda la
historia del tiburón de Huerva.
En un pequeño frasco de formol y
con el tamaño y aspecto de una gruesa sardina, se conserva el pez marino
cartilaginoso, de familia próxima al tiburón, que sorprendentemente fue
recogido por unos niños en el río Huerva a su paso por Zaragoza.
En una revista aragonesa de divulgación científica del año 1923 apareció la siguiente noticia:
«Zaragoza.
El día 21 de Octubre se recogió en el Huerva un ejemplar joven de unos
dos decímetros de longitud del selacio escílido Scyllium canicula Cuv.
El ejemplar está en el Museo del Colegio del Salvador, regalado por D.
Francisco Orús. En dicho Museo ya existía otro adulto de la misma
especie, procedente del Mediterráneo. Por la rareza del caso se consigna
aquí, habiendo sido antes objeto de comentarios de la prensa local y de
la curiosidad...»
Años más tarde, evocando sucesos antiguos en la prensa local zaragozana, se leía lo siguiente:
«Cosas
nuevas de la Zaragoza vieja. Tres niños pescaron un tiburón en el
Huerva. El suceso fue registrado en el Boletín de la Sociedad Ibérica de
Ciencias Naturales.»
Continúa el redactor con un ameno y detallado relato del hallazgo y sus repercusiones en la ciudad.
Se trataba de un tiburón pescado por los hermanos Marcelino, Felixín y
Antoñico en la mañana del domingo 21 de octubre de 1923, en el río
Huerva, junto a la fábrica de Yarza y la salida de la turbina del
almacén de maderas de Hijos de Nicasio Gracia, enfrente del edificio de
la actual Casa de Socorro.
Los tres niños, de 11, 10 y 9 años,
eran hijos de Marcelino Gargallo, empleado del Centro Mercantil
Industrial y Agrícola (Casino Mercantil), que vivía en la calle Miguel
Servet, frente al cuartel de Intendencia de la calle Conde de Alperche.
Los niños bajaron a jugar al Bote: prender fuego, sirviéndose de una
caña con un papel ardiendo enganchado en su extremo, al chorro de gas
acetileno que sale por el orificio practicado en el fondo de una lata
vacía de conservas de tomate, en la cual se ha introducido carburo de
calcio, y, vuelta del revés, se ha apretujado con tierra en una hoya en
la que se ha echado agua u orina. El bote acaba saliendo despedido. Otro
juego: tirar piedras que reboten en el agua de la presa del paseo de la
Mina.
«Los tres hermanos vieron que en dirección de la corriente
venía un pez no muy grande pero que tenía una forma muy rara; el
benjamín de los Gargallo, más atrevido que sus hermanos mayores, después
de varios intentos y corridas, cogió al animal por la cola, y viendo
que el pescado hacía extraños y bruscos movimientos, lo tiró con toda su
fuerza a tierra, donde el singular pez dio los últimos coletazos.»
Lo llevaron a casa. Sus padres asombrados. El padre lo lleva al Casino
Mercantil, a D. Marcelino Ariza (aficionado a la pesca con caña). De
ahí lo presentaron a Mariano Sánchez Gascón (Presidente de la Sociedad
de Pescadores), y a varios pescadores reunidos con él: nadie supo decir
de qué se trataba. Por fin, a...
«...Francisco Orús, muy aficionado a
la pesca, que viéndose asimismo incapaz de catalogar al pez, recurrió a
quien en Zaragoza les podía sacar de la duda.»
«En el Colegio de El
Salvador [sic], de los padres jesuitas, impartía clase de ciencias el
ilustre naturalista padre Longinos Navás, y a él acudió el señor Orús
con el pez envuelto en un papel, excusándose de las molestias que podía
ocasionar al sabio jesuita, el cual al desenvolver el paquete y ver el
pez, exclamó con toda la naturalidad del mundo:
—Esto es un tiburón.
—¿Un tiburón dice usted, padre?
—Un tiburón pequeño, por supuesto. ¿Se ha cogido en el Huerva?
—Sí, padre, en el río Huerva. esta mañana. Yo pensaba que podía haber bajado del pantano de Mezalocha.
—De
ninguna manera. Estos peces son marinos y no suben a los ríos a
desovar. Ha venido del Mediterráneo subiendo por el Ebro y después por
el Huerva. Es un caso raro y que en tantos años de estar en Zaragoza no
había oído.»
«El naturalista, padre Navás, siguió reconociendo al
pez: la boca semicircular en la cara inferior, evidente señal de los
selacios; las cinco aberturas branquiales; aletas características; la
cola indivisa u homocerca [sic]... No había duda, aquel joven pez de
unos veinticinco centímetros de largo, era un tiburón, un seláceo de la
familia de los escílidos, la especie Scyllicem canicula [sic]; pez abundante en el Mediterráneo que llega a alcanzar cincuenta o sesenta centímetros de longitud.»
«El
caso por lo raro e infrecuente era digno de consignarse en una revista
científica, por lo que el padre jesuita del Colegio de El Salvador [sic]
de Zaragoza, padre Longinos Navás, lo comunicó, con un cuidadoso
estudio, a la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales, para su
divulgación. Quedando el tiburón pescado en el Huerva en el gabinete de
ciencias naturales del colegio, dentro de un frasco con alcohol, para su
clasificación y posterior conservación.»