La Agencia Sinc, especializada en noticias científicas acaba de publicar
una reseña del libro Parque Jurásico que ha hecho nuestro aragosaurero
José Ignacio Canudo. No es que se trata de un agujero temporal y nos
vayamos 20 años atrás. Es más sencillo, la agencia SINC está haciendo
aportaciones de investigadores sobre libros que hayan sido importantes
en su vida profesional. Toda la reseña en SiNC.
Os adjuntamos parte del texto a continuación.
Las sensaciones que produce un libro son el resultado del propio libro y, sin duda, de la situación del lector. Puede pasar desapercibido, como uno más, o producir una profunda huella. Un buen ejemplo fue para mí Parque Jurásico, la famosa novela de Michel Crichton que ha generado una de las sagas más famosas del cine.
A comienzo de la década de los noventa
acababa de defender mi tesis sobre foraminíferos planctónicos fósiles,
un grupo de organismos microscópicos de gran interés para la geología,
pero un poco carente de acción para un paleontólogo inquieto. Era el
momento del cambio, mi línea de investigación debía modificarse por
completo. Los vertebrados fósiles siempre me habían interesado, pero
hasta ese momento solo los había abordado en colaboración con otros
investigadores.
En ese escenario, aparecieron los dinosaurios. Aragón es un territorio con grandes afloramientos de sedimentos continentales del Mesozoico, los lugares adecuados para encontrar representantes en este grupo. En nuestro país no existía tradición de investigar dinosaurios. En términos ecológicos, se trataba de un nicho por ocupar… y en eso llegó Parque Jurásico.
Desde chico siempre fui un enamorado de la ciencia ficción, y todo lo que llegaba a mis manos lo devoraba con fruición. El punto de inflexión de una buena historia de este género es que el lector se lo crea. Se trata de crear un marco científico que sea creíble. Para mí, ese es el gran acierto de la obra de Michel Crichton: la novela parte de una genialidad, como es la de recuperar material genético de mosquitos atrapados en ámbar para revivir algunas especies de dinosaurios.
Hay imprecisiones, como que el ámbar de donde se obtiene no es de la época de los dinosaurios, o que los animales actuales usados como base para reconstruir el genoma de dinosaurio no son los más adecuados. Todo esto queda para la ficción y no es lo importante. El lector queda enganchado con la imagen de un mosquito picando a un Tyrannosaurus rex, poco después atrapado en una masa viscosa de resina, para, millones de años después, recuperar su valiosa carga de ADN.
Es difícil saber si esta lectura fue el empujón definitivo para el inicio de mi investigación en dinosaurios, pero sin duda algo tuvo que ver. En la actualidad el grupo Aragosaurus de la Universidad de Zaragoza, que coordino junto a la profesora Gloria Cuenca, es uno de los más dinámicos de nuestro país. Hemos encontrado, excavado y descrito casi una docena de nuevos dinosaurios en España y la Patagonia argentina, además de pequeños mamíferos, cocodrilos, tiburones y todos los demás vertebrados que vivieron en el Mesozoico.
La investigación en dinosaurios tiene una parte importante aventurera, sobre todo cuando se trabaja en parajes deshabitados como es el desierto patagónico. Encontrar fósiles de estos titanes es una de las mayores satisfacciones que he obtenido en mi trabajo de paleontólogo. Una de las preguntas que surgen en las conferencias es cómo se encuentran y ahí es donde aparece el espíritu “Indiana Jones”. Afortunadamente no me ha tocado pelear con ningún nazi, ni con una peligrosa tribu desconocida, pero sí pasar muchas horas andando por el desierto con el martillo de geólogo, agua y un poco de fruta.
Los fósiles de dinosaurios son difíciles de encontrar, y cuando lo haces suelen ser pequeñas astillas que dan la pista de una carcasa enterrada para excavar. El momento de encontrar por primera vez los restos de un dinosaurio que lleva enterrado más de 100 millones de años es algo mágico. Cada vez que sucede me emociono, y, ahora que nadie nos escucha, suelo saltar y gritar. Luego vendrá la tediosa búsqueda de fondos, la excavación, la preparación, el estudio y la publicación en una revista científica. A partir de ese momento comienza la divulgación. En definitiva, es sentirse un poquito de Parque Jurásico.
En el tintero se me quedaba una última reflexión sobre este libro. La imagen tradicional de los dinosaurios antes de la década de 1990 era de animales pesados, poco inteligentes, y así se reflejaba en las reconstrucciones. Los trabajos de algunos paleontólogos como John Ostrom nos presentaron un escenario muy diferente.
Ostrom fue el descubridor de Deinonychus, un pariente cercano de Velociraptor, una de las estrellas de Parque Jurásico. Propuso que eran animales ágiles y dinámicos, lo que uno esperaría en un predador activo. Esta idea fue bien llevada por parte de Crichton en la novela y de Spielberg en su saga cinematográfica. El descubrimiento de los dinosaurios como animales activos, con sus necesidades, con sus comportamientos estructurados, en definitiva, como animales que han poblado la tierra como los actuales. La única diferencia es que se han extinguido.
En ese escenario, aparecieron los dinosaurios. Aragón es un territorio con grandes afloramientos de sedimentos continentales del Mesozoico, los lugares adecuados para encontrar representantes en este grupo. En nuestro país no existía tradición de investigar dinosaurios. En términos ecológicos, se trataba de un nicho por ocupar… y en eso llegó Parque Jurásico.
Desde chico siempre fui un enamorado de la ciencia ficción, y todo lo que llegaba a mis manos lo devoraba con fruición. El punto de inflexión de una buena historia de este género es que el lector se lo crea. Se trata de crear un marco científico que sea creíble. Para mí, ese es el gran acierto de la obra de Michel Crichton: la novela parte de una genialidad, como es la de recuperar material genético de mosquitos atrapados en ámbar para revivir algunas especies de dinosaurios.
Hay imprecisiones, como que el ámbar de donde se obtiene no es de la época de los dinosaurios, o que los animales actuales usados como base para reconstruir el genoma de dinosaurio no son los más adecuados. Todo esto queda para la ficción y no es lo importante. El lector queda enganchado con la imagen de un mosquito picando a un Tyrannosaurus rex, poco después atrapado en una masa viscosa de resina, para, millones de años después, recuperar su valiosa carga de ADN.
Es difícil saber si esta lectura fue el empujón definitivo para el inicio de mi investigación en dinosaurios, pero sin duda algo tuvo que ver. En la actualidad el grupo Aragosaurus de la Universidad de Zaragoza, que coordino junto a la profesora Gloria Cuenca, es uno de los más dinámicos de nuestro país. Hemos encontrado, excavado y descrito casi una docena de nuevos dinosaurios en España y la Patagonia argentina, además de pequeños mamíferos, cocodrilos, tiburones y todos los demás vertebrados que vivieron en el Mesozoico.
La investigación en dinosaurios tiene una parte importante aventurera, sobre todo cuando se trabaja en parajes deshabitados como es el desierto patagónico. Encontrar fósiles de estos titanes es una de las mayores satisfacciones que he obtenido en mi trabajo de paleontólogo. Una de las preguntas que surgen en las conferencias es cómo se encuentran y ahí es donde aparece el espíritu “Indiana Jones”. Afortunadamente no me ha tocado pelear con ningún nazi, ni con una peligrosa tribu desconocida, pero sí pasar muchas horas andando por el desierto con el martillo de geólogo, agua y un poco de fruta.
Los fósiles de dinosaurios son difíciles de encontrar, y cuando lo haces suelen ser pequeñas astillas que dan la pista de una carcasa enterrada para excavar. El momento de encontrar por primera vez los restos de un dinosaurio que lleva enterrado más de 100 millones de años es algo mágico. Cada vez que sucede me emociono, y, ahora que nadie nos escucha, suelo saltar y gritar. Luego vendrá la tediosa búsqueda de fondos, la excavación, la preparación, el estudio y la publicación en una revista científica. A partir de ese momento comienza la divulgación. En definitiva, es sentirse un poquito de Parque Jurásico.
En el tintero se me quedaba una última reflexión sobre este libro. La imagen tradicional de los dinosaurios antes de la década de 1990 era de animales pesados, poco inteligentes, y así se reflejaba en las reconstrucciones. Los trabajos de algunos paleontólogos como John Ostrom nos presentaron un escenario muy diferente.
Ostrom fue el descubridor de Deinonychus, un pariente cercano de Velociraptor, una de las estrellas de Parque Jurásico. Propuso que eran animales ágiles y dinámicos, lo que uno esperaría en un predador activo. Esta idea fue bien llevada por parte de Crichton en la novela y de Spielberg en su saga cinematográfica. El descubrimiento de los dinosaurios como animales activos, con sus necesidades, con sus comportamientos estructurados, en definitiva, como animales que han poblado la tierra como los actuales. La única diferencia es que se han extinguido.