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Los investigadores apuntan que tenía los dientes y las mandíbulas más robustas que las hienas manchadas actuales, lo que le permitiría tener una capacidad de fracturación de los huesos más eficiente que sus congéneres. La conclusión es que estarían más especializadas en el caroñeo. La acumulación de huesos del yacimiento de Venta Micena se ha interpretado tradicionalmente que fue producida por la acción de estas hienas, lo que se conoce como un palocubil. Los análisis tafonómicos indican que las hienas carroñeaban los cadáveres de las presas abatidas por los depredadores, como podrían ser los tigres dientes de sable, transportando selectivamente los restos de estos herbívoros a sus cubiles de cría y fracturando allí los huesos de las extremidades para acceder a la médula ósea de su interior.
Los nuevos estudios biomecánicos, desarrollados en paralelo a estas investigaciones tafonómicas, muestran que la mandíbula y la dentición de esta hiena fósil estaban muy bien capacitadas para desarrollar una dieta carroñera y durófaga, permitiendo ejercer una fuerza de fracturación mucho más elevada que la que realizan las hienas actuales. Por ello, la imagen que puede quedarse del trabajo de nuestros colegas es la de una hiena sin análogos entre las especies modernas, de tamaño formidable y con una adaptación al carroñeo sumamente especializada.
Estas hienas gigantes debieron representar un serio competidor para las primeras poblaciones humanas que se asentaron en la Península Ibérica, documentadas en la región de Orce (yacimientos de Fuente Nueva y Barranco León) por importantes asociaciones de útiles líticos de talla primitiva y en los yacimientos de la sierra burgalesa de Atapuerca, como Sima del Elefante.
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